“Los pastores de la Patagonia andan, sin apresurarse”, decía Antoine de Saint Exupéry. Es que esta tierra sin límites, en aparente quietud, se mueve al ritmo del viento. El ganado pasta salvaje y va de un lado al otro, como los viajeros que se atreven a perderse en la estepa sin fin y admirarse con la magnitud de las montañas.
La Patagonia tiene espíritu nómade. Fue y aún es escala predilecta para corazones aventureros. La recorrieron Robert Fitz Roy, Charles Darwin y el Perito Francisco Moreno, observando especies autóctonas y relevando cartografías. Otros, como Bailey Willis, quien llegó para trazar el itinerario del ferrocarril y la antropóloga Anne Chapman, amante de la cultura Selk’nam, la adoptaron como hogar. Y aun desde antes, pueblos trashumantes recorrieron estos territorios infinitos e insondables.
El espíritu nómade se respira en cada rincón. Es el espíritu de Ayma, el deseo de estar siempre en camino. Es descubrir las maravillas de la naturaleza y convertirlas en prendas con sueños e historia. Es captar la esencia de lo simple y que pueda impregnarse en cada recuerdo.
La Patagonia es destino para quien ve más allá: desde el sútil perfume de una flor silvestre, que se mezcla con la tierra en una alquimia perfecta hasta hasta los imponentes picos de Los Andes y el eterno horizonte de los glaciares.
El francés Clement Le Coz cruzó el Atlántico siguiendo los pasos de Antoine de Saint Exupéry. En esa travesía conoció a Justina. Y ella le contagió su amor por la Patagonia, el lugar donde vivió tantas aventuras y al que regresa una y otra vez. Comparten la pasión por la naturaleza y disfrutan largas cabalgatas por la estepa y las montañas.
Movidos por su espíritu nómade recorrieron juntos los rincones australes. Viajaron con los sentidos abiertos para admirar la naturaleza. Se dejaron encantar por esta tierra de pastores que andan sin apresurarse. Se encontraron con el alma de Ayma.